Yellow Submarine...#544


-Eres un imbécil- lo siguiente que sentí fue el puño de Saúl en mi rostro, me golpeó con tanta fuerza que caí, estaba sangrando y lo miraba con rabia, pero también vergüenza, había fastidiado a una familia que me recibió siempre con los brazos abiertos, había quebrantado la confianza y el cariño que me tenían, sentía que merecía ese golpe y más. Él me ayudó a levantarme, se dio la vuelta y entró a su casa, me quedé un momento observando el exterior de aquella casa que albergaba las memorias más inocentes y dulces de mis encuentros con María, de mis ilusiones como adolescente y de mi vida antes de la fama… toda esa mierda me estaba causando estragos; subí a mi auto y conduje sin consciencia alguna, daba vuelta por una esquina, luego otra y así llegué al parque principal de la ciudad, me estacioné cerca de una barda que reconocí al instante. Bajé del auto, me acerqué a la barda y me recargué en ella: era el lugar en el que casi besaba por vez primera a María, recordé con lujo de detalle que ese día la había acompañado a comprar un despertador pues había roto el suyo, el despertador ganador fue el que elegí para ella; compré un chocolate y no la dejé pagar por lo cual estaba boquiabierta, caminamos hasta esa barda donde al pedirme que la dejara reivindicar mi acto, me acerqué a ella y estuve a punto de besarla… pero Gary, un chico que era amigo de Lennon nos interrumpió y casi inicia una riña junto a sus amigos.
-¿Qué demonios has hecho contigo, Harrison?- golpee la barda, grité para sacar mi frustración y después comencé a llorar, lloré con rabia, furia y desilusión, la desesperanza por no encontrar a María me consumió de inmediato, sentía mi interior como cera derritiéndose, sentía que me consumía. Era un idiota sin remedio que al perderse a sí mismo, perdió a la persona más importante en su vida.
Al volver a mi auto decidí ir a casa de mis padres, me recibieron entusiastas, me vieron golpeado no sólo físicamente, mi madre me preparó comida y les pedí asilo por unos días, me dieron mi antiguo cuarto; dibujos de guitarras, mi primera guitarra, mis discos, mi ropa… había tantas cosas de mi pasado; sentado en mi cama me preguntaba cómo es que había cambiado tanto, el George de mi adolescencia se avergonzaría de mí, ahora, a ese George que era distinto y que luchaba por estar con María, ese George que competía con Paul y que juraba que jamás se atrevería a romperle el corazón a la chica de sus sueños. Me recosté y tomé una larga siesta, pensaba en volver a Londres y preguntarle a Freda sobre la casa de María, no estaba seguro de si la encontraría, pero quería verla, al menos quería tener una charla para saber si en verdad todo estaba perdido; me sentía vacío, como un cretino, merecía que incluso María me partiera la cara, no podía pensar en perderla en serio, no quería, no podía.
Mamá regresó al día siguiente a Liverpool tal y como dijo que lo haría, quedamos de hablarnos más seguido y me dijo que si me sentía mal podía volver a casa por los días que quisiera, me dio ánimos y la llevé a la estación…

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