Abbey Road... #666


En una tarde de verano de 1969, sentada en una silla de madera con acabados en herrería, recargando mis brazos sobre la hermosa mesa de madera y diseño elegante, esperando a que trajeran mi orden. Había pedido un té helado y un emparedado; miraba hacia la ventana de aquel restaurante, curiosamente sin pensar en absolutamente nada.
Era una tarde tranquila y extrañamente, no lluviosa, una tarde que casi podía ser como cualquiera otra en Liverpool. El reloj marcaba las cinco en punto, al mirar a mi alrededor noté que el sitio estaba casi vacío, quizá debiéndose al festival; había una tenue canción de fondo debido al volumen bajo en que la tenían, era “My girl” en la versión de los Stones.
Volví la mirada hacia la ventana que se encontraba a mi lado izquierdo, los rayos del sol chocaban contra esta, la cual era cubierta con una especie de “polarizado” para que la luz exterior no lastimara a los clientes. Fue entonces que la voz de una mujer me distrajo, pues había traído mi orden, el aroma era delicioso y muy apetitoso.
Comencé a tomar mi té y le di la primer mordida a mi emparedado saboreando al masticar, cosa que agradecieron mis papilas gustativas y posteriormente mi estómago hambriento. Justo en ese preciso instante comenzó “You really got a hold on me” de los Beatles, haciéndome mirar de inmediato hacia la radio que tenían encendida y al hacerlo me percaté con cierto asombro, de que aquella mujer que me había llevado mi orden, era la misma que me había entregado mi café y mi rosquilla, por allá del ’58: ¡Era una locura! Se sentía como un deja vú. Al parecer ahora era dueña del sitio, sin embargo al no tener mucha clientela esa tarde, ella estaba atendiendo a los pocos individuos que nos encontrábamos ahí, como en los viejos tiempos; pese a ello, la coincidencia me parecía un poco escalofriante, me sentí de quince años otra vez.
Pasando por alto aquel encuentro con el pasado y escuchando una de mis canciones favoritas del cuarteto de Liverpool, me dispuse a continuar con mis alimentos, sin embargo, al momento de darle un sorbo a mi té, entró alguien casi alborotadamente al lugar, haciendo que las puertas se cerraran abruptamente causándome un sobresalto, lo cual claro me llevó a derramarme un poco de té sobre la ropa.
Maldije un poco y limpié cuánto pude del líquido en la tela, como me encontraba de espaldas a la puerta, me giré para observar al idiota que había decidido entrar de esa manera. Pude ver a medias a un tipo alto y desgarbado con el cabello largo, él miraba hacia el otro lado y yo me giré rápidamente para intentar rescatar un  poco de mi dignidad limpiando el pantalón que se había mojado un poco; entretenida estaba que casi me mata de un susto una voz y una mano sobre mi hombro.
-María...- di un pequeño salto golpeándome en una de las manos.
-Pero...-cuando al fin miré hacia mi costado me percaté de que aquel greñudo que había entrado al lugar era George. –Era de suponerse- respondí un poco irritada, como si mis emociones se hubieran bloqueando y la torpeza producto de mis nervios, sólo me hicieran reaccionar así.
-¿Qué?- preguntó confundido y ambos nos observamos por unos instantes.
-No pensarás quedarte ahí de pie...-Él sonrió y se sentó en el asiento que estaba frente a mí, recargó sus codos sobre la mesa y me miró unos instantes.
-¿Comiendo?
-Quieres un poco ¿cierto?
-Se ve apetitoso- sonreí y tomé el emparedado, lo corté a la mitad y le di el lado que no estaba mordido. Ambos comenzamos a comerlo, parecía que él quería decir muchas cosas, mientras que yo quería evadir el tema que inevitablemente sabía que quería tocar.
-¿Qué haces en Liverpool?- pregunté. Él me miró, miró hacia la ventana y sonrió.
-¿Qué haces tú aquí?- ambos nos miramos nuevamente, suspiré y respondí
–Vine al festival de los Hippies.
-¿Ah sí?
-Sí...
-Yo vine a verte- en cuanto dijo eso lo miré de golpe y ahora estaba serio.
-Debí suponer que sabrías que estaba aquí. ¿Fue Sofía?
-Fueron todas- respondió y ambos asentimos.
-Entonces lo sabes...-dije un poco molesta, no quería escuchar sus sermones sobre mi relación volátil o alguna burla sarcástica.
-Por eso estoy aquí, vine a ver cómo estás. Sé ahora que al menos aquella madrugada me llamaste por una razón... Me habría encantado escucharte y poder estar para ti, pero siempre serás María.
-¿Qué significa eso?
-Que una de tus principales características es evadir el tema, ocultar tus sentimientos y salir del hoyo. Debí suponer que correrías hasta el puerto.
-Correr... si vas a burlarte...
-No me estoy burlando, en verdad quiero saber cómo estás. Si no quieres decirme tus motivos o hablar del asunto está bien, pero dime que esta vez no estás ocultando tu dolor y no planeas hacer algo nocivo.
-¿Nocivo cómo qué?- ambos estábamos mirándonos con cierta molestia y después de pensarlo un momento llegué a la conclusión de que estábamos siendo estúpidos y comencé a reírme.
-¿Y eso?
-No se supone que deberíamos discutir George... Estoy bien y no pienso hacer nada estúpido, sólo quería despejar mi mente empezando por venir al lugar que tanto me gusta.
-Lamento que sufrieras una decepción, no eres una persona que deba vivir con el corazón roto- decía con sinceridad.
-Lo sé. Pero... ¿sabes? Me siento tranquila por haber hecho lo correcto, de haber continuado probablemente la decepción habría sido mayor. Ambos nos tenemos buena estima y es mejor así... lo quise mucho pero...
-Pero qué...
-No... No me enamoré, George- respondí con una sonrisa afligida y él correspondió la mueca.
-Ahora lo sé- respondió, asentí y suspiré. Después de un breve silencio miró hacia el vaso donde estaba el té. –Tenías más sed que hambre, por lo visto.
-Claro que no, me derramé un poco de té encima y todo fue por tu culpa. No sé si sea de los Beatles no saber cómo entrar a un maldito lugar sin azotar las puertas, especialmente en este lugar.-decía.
-¿De qué hablas?
-De que esto es por tu culpa...
-¿Mi culpa? ¿Qué tengo que ver yo con que te derramaras té encima?
-Bastante. Las cosas sucedieron así: Yo tomaba té tranquilamente cuando de pronto entraste alborotadamente, azotando las puertas y causándome un sobresalto. Por eso me tiré el té.-él me miró unos instantes y comenzó a reírse.
-Y por tal motivo supones que soy el responsable.
-Indirectamente sí. Sucedió lo mismo con Paul. Cuando nos conocimos él entró de la misma manera que tú y yo tiré mi rosquilla.
-Y también lo culpaste...
-Claro.
-María... me parece sorprendente que del ’58 al ’69 no hayas conseguido la autocritica suficiente para admitir que las cosas no se te caen por sobresaltos, tienes desde siempre unos reflejos bastante torpes.- comentaba sonriendo de oreja a oreja. Yo comencé a reírme también y justo en ese instante la situación me cayó de golpe: ahí estábamos, charlando nuevamente, atrayéndonos como la luna y el sol. Él estaba ahí frente a mí haciéndome reír y yo me sentía completa nuevamente, como todas las veces que estaba con él, como cada vez que pensaba en él y aunque me sintiera aliviada por no tener que negarlo más, el saberlo me inquietaba.
-Demonios- dije sin dejar de mirarlo.
-¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes así?- preguntó bastante interesado y yo no dejaba de mirarlo. Sobé un poco mi mejilla y volví a sonreír.
-Pensaba en lo extraordinario que es estar hoy, aquí, en este maldito lugar. Recordé por breves instantes todo lo que nos ha traído hasta este momento.
-¿Me lo explicas?- bromeó
-¡Sí! Me refiero a que... precisamente en este lugar, en un verano del ’58 conocí a Paul y ese día yo sólo pensaba en que había sido una tierna casualidad encontrarme con un chico lindo y tenía esas ilusiones adolescentes respecto a él. Pensaba en salir con él y quizás tener un buen noviazgo, pero también pensaba en que quizás después de unos días la emoción pasaría y mi vida seguiría como antes, incluso sin él... pero las cosas cambiaron tanto, que nos trajeron precisamente a esta tarde, en este lugar teniéndome a mí frente a ti.
-Creo que piensas demasiadas cosas en “breves segundos”-ambos reímos y era genial volver a ser la chica que era antes de toda la tormenta. Era genial que sólo volviéramos a ser María y George.
-De haber seguido las cosas, como se supone que debían darse, en este momento yo estaría siendo la futura Señora McCartney y tú quizás estarías casado con Montse. Ya ves que se supone que tú serías su cita a ciegas- ambos reímos bastante al recordarlo.
-Tienes razón, las cosas tomaron un cambio drástico. Sin embargo, no te imagino como la futura esposa de Paul. Pienso, que al igual que Montse lo habrías mandado a freír espárragos.
-Tienes razón. Ahora intento imaginar lo que habría sucedido de haberte conocido a ti aquí y no a Paul, bajo las mismas circunstancias.
-¿Y cuál fue tu conclusión?
-Que de haber sucedido, todo esto jamás habría pasado. Es decir, con lo huraño que eres, al haber notado mi gesto molesto te habrías dedicado a evitarme y lanzarme más miradas groseras, te habrías levantado porque eres orgulloso y habrías salido por esa misma puerta sin más. Y yo, habría pasado el resto de la tarde pensando en el idiota que me hizo tirar la rosquilla...
-Tienes la boca llena de razón- Y ambos estábamos riendo, riendo mucho.
-Pese a eso nos habríamos vuelto a ver, era algo inevitable...
-¿Por qué lo dices?
-Por el baile en mi escuela ¿recuerdas que fue después de un concurso de bandas? Tu amigo Jasso habría entrado y te habría invitado de todas formas y yo te habría visto de lejos, con tu vestido negro y tu cabello recogido, tal y como fue esa noche y... entonces habría pensado en lo idiota que “fui” al no haberte hablado en ese café. Lucías hermosa es noche y recuerdo, que no dejaba de pensar “Joder, es la niña más bonita del lugar” y era verdad.- Su voz era suave, aterciopelada, muy melancólica y ambos recordamos esa noche. Nos mirábamos aún a los ojos y aquel amor, esa pasión que tanto estuvieron inhibidos durante ese largo tiempo de nuestra separación, volvieron a estallar.
Un sentimiento flamable crecía en mi interior y me perdí en sus ojos, tan hermoso y sinceros como siempre, y volví a ver a George, ese chico sencillo y cariñoso del que hace muchos años me enamoré.
-Pero no fuiste tú... aquí, sentado frente a mí estaban Paul y su galantería reponiendo mi rosquilla y fue eso lo que nos condujo a esta gran sensación. Si Paul no hubiera sido Paul, precisamente aquella tarde, quizás nos habríamos perdido de todo esto.
-Tiene un gran punto a su favor. Creo que es la única razón por la cual no puedo odiarlo
-¿Por qué no fuiste tú? Con tu eterno gesto gruñón, tus orejotas y tus dientes enormes... de pequeño eras tan encantador. Me habría encantado que hubieras sido tú- Después de mirarlo a los ojos suspiré y miré hacia la mesa, él esperó unos segundos, se levantó y se sentó justo a un lado mío.
-Por eso estoy aquí... para ser. Nunca es tarde para remediar los males.- Respondió con una media sonrisa. Yo esbocé la misma expresión y me recargué de golpe en el respaldo.
-Me alegra que seamos esta vez...-dije sin mirarlo. Él rompió toda distancia  conmigo, levantó mi rostro tomándolo entre sus manos y después de mirarnos una vez más, porque no podíamos evitarlo... me besó.
Sus labios, sus manos, su cuerpo y su ser en sí eran cálidos, como siempre; mis manos temblaban un poco, mi cabeza explotó internamente y correspondí ese beso, tan esperado y pospuesto. Privado y prohibido.
Nos besamos con el ardor de nuestro amor, nuestras tristezas y la ilusión, nos besamos porque lo deseábamos, porque nos sentíamos libres de nuevo y queríamos permanecer ahí, a ese lugar que siempre quisimos volver, el que nunca quisimos dejar, pero sin duda de donde debíamos de partir.
Fue el reencuentro anhelado de nuestros labios, cuerpos y emociones, pero dentro de aquel estallido con colores y ovaciones me detuve, algo como siempre debía ir mal en mi cabeza.
-Espera...-dije casi entrecortadamente porque recobraba el aliento.
-¿Qué pasa?- preguntó en voz baja.
-Este no es el lugar indicado y tampoco es algo que debería pasar...
Él me miró extrañado, miró hacia sus espaldas y desde la cocina un par de ojos fisgones nos observaban de manera reprobatoria. Le hice una seña y él se levantó, también lo hice y pedí la cuenta; al sacar mi  cartera, levanté la gran mochila que llevaba y él la observó con extrañeza.
Pagué, tomé mis cosas y salí caminando a grandes pasos, él aún confundido me seguía intentando llevar mi paso; nos detuvimos en la esquina, cruzamos la avenida y a mitad del camino me detuvo.
-¿A dónde vas?
-Olvidé decírtelo me voy con los hippies y se me hará tarde si me entretienes.
-¿Qué? ¿Con los hippies? ¿Perteneces a una comuna o algo parecido?
-No George, sólo seguiré la caravana que hacen siempre después de cada festival. Traigo mi mochila ¿ves?- dije mostrándosela. Caminé nuevamente y él me siguió, pronto se percató de que mi dirección iba encaminada hacia la parada de autobuses que salían de Liverpool.
-Espera... ¿por qué te vas? Y justo ahora...
-Lo lamento George...
-No, basta. Deja de huir- se detuvo frente a mí. Estaba molesto y yo también, pero principalmente estaba nerviosa.
-No estoy huyendo...
-¿Ah no?
-¡No! Es sólo...
-¡Qué!
-Que estoy cansada de sentirme abrumada por estos sentimientos. Tú, David... es demasiado para mí. He acabado con mi farsa de compromiso y luego apareces, como siempre, con tu sonrisa y todo lo demás... a veces siento que me odio- dije tocando mi frente.
-¿Qué? ¿De qué hablas María? No te entiendo...
-Pues deberías...
-¿Por qué?
-¡Porque te amo!- grité y su expresión cambió drásticamente –Te amo. Hoy siempre y no puedo más contra ello. Nunca te dejé de amar aunque lo pretendí  y no sé si merezcas mi amor...-dije vulnerándome ante la situación, él me abrazó fuertemente.
-No lo merezco, pero también te amo. Siempre lo he hecho y me disculpo por todo lo que fui, pero me quedo por lo que pretendo ser.
-Lo siento George, es muy fácil ¿no? Volver como si nada. Ambos estamos mal. Y ahora no es un buen momento, por eso me voy, porque quizá en una semana o quizá sólo dos días, esté de vuelta y reafirme mi decisión cuando te vea.
-¿Por qué esperar?
-Porque me iré. Me voy George.- Comencé a caminar de nueva cuenta llegando hasta la parada del bus, que era más informal a las centrales de autobuses, esta era particularmente para quienes no saldrían tan lejos de la ciudad.
Caminé a grandes pasos sin voltear atrás, no quería ver a George, estaba pensando en qué demonios pasaba, si nos queríamos ¿por qué me alejaba? Quizá sólo sentía ese deber moral de no ocupar tan pronto el lugar de David, pero fue un lugar que siempre perteneció a George.
Cuando llegué a la parada del bus, sintiendo el calor de la puesta del sol, un fuerte viento opaco la hora dorada, las nubes se apoderaron cruentamente del azul del cielo y ocultaron al sol; estaba por encender un cigarrillo, pero mi encendedor no funcionó y ya maldiciendo, la mano de George se asomó con una llama que luchaba por mantenerse viva ante el agresivo viento.
Voltee a verlo y él estaba serio, tiré el cigarrillo y lentamente guardó su encendedor.
-Estamos locos George...-rompí el silencio, él se paró a mi lado y después de respirar hondo dijo...
-Va a llover. No tarda en suceder. Parece que nos caerá encima un diluvio.- al fin me miró y yo no sabía a qué se refería: si realmente a la naturaleza o a nuestra situación.
-Pues qué lástima por ti...-respondí. Pronto el bus pasó frente a nosotros, él y yo tuvimos que ocultarnos un poco detrás de un anuncio porque mucha gente abordaba. –Genial- dije de mal humor.
-María...
-Ahora no George, perderé el bus- Y pronto, como si una maldición nos persiguiera, cayó de buenas a primeras una densa lluvia, motivo por el cual el chofer tuvo que cerrar las puertas y poner en marcha el bus, antes de que aquello se volviera un caos mortal.
George y yo miramos de inmediato el vehículo al escuchar el motor, nos asomamos y éste ya había arrancado.
-¡No!- me petrifiqué. –Maldita sea... espera creo que sólo avanzará un poco, en la siguiente esquina se detendrá- dije asomándome
-No te engañes, no correrás tras de él...
-¿Por qué no?
-Te conozco, no te mojarás sólo por un maldito autobús.- Él parecía muy seguro de conocer la situación, nos miramos fijamente y sin dudarlo más comencé a caminar. -¡María espera! ¿Estás loca? ¡Te empaparás!.
Era demasiado tarde para retractarse, me detuve un breve instante bajo un árbol pensando en rendirme, pero escuché a George acercarse a mí y no le daría la razón.
-Sólo me acomodo la mochila- me justifiqué
-Claro...-respondió. Miré hacía el camino y bajé de la acera un poco insegura. Él me alcanzó de nuevo, yo lo miré molesta, pero después retadora.
-¿A caso piensas seguirme?- pregunté burlona dando un paso nuevamente hacia adelante y él lo hizo también.
Comencé a caminar rápido y él alcanzó mi paso, me detuve abruptamente. -¡Basta! Estás loco.
-Y tú estás empapada...
-Los dos lo estamos, genio- contesté obviando la situación con cierta irritación, después de un silencio, él sonrió y yo también sólo para dar inicio a nuestras risas. –Déjame en paz- dije sonriente y caminé de nuevo. Pronto el bus se puso en marcha. -¡mierda!- grité y comencé a correr.
George también lo hizo, ambos íbamos siguiendo ese autobús como perros callejeros que le ladran a los neumáticos de todo auto que pasa por el vecindario. El Bus hizo una breve parada más.
Subí de un salto en la parte posterior del bus, esa parte trasera que tiene a la intemperie donde puede subir o bajar la gente; George subió también.
-Lo alcanzamos... creo que moriré...
-Hasta ahora pienso que sí debo dejar de fumar- agregó él.
-Te odio tanto George- dije con una media sonrisa, él estaba por acercarse a mí cuando...
-Oh por Dios es George ¡George Harrison!- la gente comenzó a gritar, se arremolinaron cerca de esa puerta trasera y una mano casi sujeta a George. Bajé de un saltó y me dirigí a las escaleras que llevaban a la parte superior del bus mientras que George estaba en shock, pues hacía mucho tiempo no se enfrentaba tan de cerca a la locura de los fans.
-¡Hey George despierta! ¡Ven!- él me miró y agité mi mano indicando que debía correr hasta a mí y lo hizo.
-Con un demonio- decía él, algunos fans habían bajado del bus y corrían en nuestra dirección, subí rápido para que él pudiera hacerlo también y una vez arriba, cerramos de un fuerte golpe la puerta y él puso el seguro.
Pronto el chofer subió para hacer a la gente bajar, se asomó para vernos y en efecto, se percató de que ahí estaba George, nos dedicó una mirada reprobatoria y me preguntó si en verdad íbamos a viajar o si sólo alborotaríamos a la gente, contesté que sí y después de unos segundos bajó; antes indicó que no bajáramos a menos que fuera una emergencia como ir al baño. Asentimos y él volvió a su lugar.
Miré a George y después caminé hacia los asientos del frente, o sea hasta adelante, así vería el camino por el parabrisas. Me dejé caer en uno de los asientos, en el primero de la hilera derecha, después George se sentó casi de la misma forma; respirábamos agitadamente y el bus arrancó.
Después de unos metros de camino, él me observó y se sentó junto a mí, estábamos en silencio de nuevo hasta que él rompió el silencio.
-Deberíamos huir...
-¿Qué? Creí que estabas en contra de eso...
-Ahora que lo pienso...-me miró unos instantes –Tengo dinero suficiente y creo que tú también para este viaje, podemos comprar ropa y comida en el trayecto, sólo dejemos que el camino nos lleve a un nuevo lugar.
Olvidemos Londres, Liverpool y a los malditos Beatles, seamos sólo tú y yo.
-¿Qué?
-Te amo y no pretendo perder el camino otra vez...
-George...- dije conmovida. Sonreí a medias y acaricié su rostro. –Te amo...- ambos reímos por la emoción del momento. La sensación que me invadía era un torbellino: moría de amor, pero también de tristeza. Estaba cansada de huir, estaba agobiada, pero estaba junto a George y todo se compensaba.
-Ya no estamos para seguir con esta vida y ambos nos podemos ayudar...
-¿Qué quieres decir?
-¿Te casarías conmigo?- preguntó, siendo directo, usando un tono de voz inefable y liberando a través de su mirada el amor que en ese momento sentía. Yo sobresalté mi mirada, estaba sorprendida, no sólo quería volver conmigo, no al menos en un noviazgo como yo  habría esperado. Él quería estar conmigo porque estaba seguro de eso, de permanecer juntos por el resto de nuestras vidas y me asombraba porque jamás lo habría imaginado, tenía perdida la esperanza de que pudiera suceder, pero estaba sucediendo.
-¿Tú quieres qué...? Estás...
-Seguro. María, esta historia juntos ha sido hermosa y emocionante y la verdad es que no quiero llegar a las cincuenta años y mirarme al espejo, para recordarte y arrepentirme por no haber vivido mi vida junto a ti. No quiero compartirla con nadie más. No sé si continuaremos con los Beatles, ese futuro es incierto, pero al menos sé que quiero pasear contigo por mis jardines, escribir música y mostrártela, cantarte mis canciones y estar siempre a tu lado, tomado de tu mano y no soltarla jamás. Y quizá era esto lo que quería decirte cuando era pequeño y no podía, al fin he encontrado las palabras para expresar aquello que me tomó tanto tiempo.
Por favor, cásate conmigo.
-Estamos locos George- dije una vez más para después sonreír ampliamente, romper la distancia y besarlo otra vez. Besar sus labios, los labios de George. Mi George, tan eterno y amado.
Y mientras nos besábamos sentíamos frío y amor, nuestras ropas empapadas, las gotas cayendo de nuestros cabellos, el tacto era difícil, pero placentero por “ser” de nuevo; y mis mejillas recibían mis lágrimas, delicadas y felices, cálidas y enternecidas porque sucedía al fin, porque después de tanto tiempo, de tanta espera, de tantas tonterías y autoengaños , no nos íbamos a separar. Y lo miré a los ojos, sus dulces ojos, acarició mi rostro y limpió mis mejillas; me abrazó, lo abracé, suspiramos y me acomodé de nuevo en mi lugar. Observé ahora lentamente el camino: la larga carretera, los verdes del paisaje, el cielo nublado y unos tenues destellos de sol aparecer, querían abrirse paso entre el denso gris. Así, mientras pensaba que no tenía idea del lugar al que iría y que pese a los años, esto se sentía como una nueva historia, la cual comenzaba conmigo y con George huyendo en un autobús hacia cualquier lugar, y él esperaba mi respuesta. Ambos permanecimos en silencio, mirando el camino; él suspiró y yo tomé su mano, y frente a nosotros se leía: “Ha sido un largo viaje, Liverpool agradece su visita.”

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